Bordeaux



Quizás por esta pobre disposición que me mantiene lejos de todas las cosas y a la vez anhelante de ellas, menos apasionada que deseosa de pasión, la ajenidad de los lugares que no son propios me seducen. Me tranquiliza el saber que no tengo que reconocerme en la gente ni en los códigos, que la identificación no me requiere como signo de identidad.

Caminar por una peatonal es siempre lo mismo, podría decir; la de acá está en bajada o en subida, depende de qué extremo arranque: puedo mirar millones de cabezas desde una pequeña elevación del terreno o ser una cabecita negra entre las que van y vienen, menos desordenadas de lo que parecen cuando vas a la par; finalmente siempre vas a la par.

En esas instancias, cuando el anonimato alcanza su máxima expresión, me planto ante los ojos de la tierra que no me mira.

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